Cristina Kirchner se enfrenta a un dilema personal muy delicado. Defender su deseo de no ser candidata implicaría dejar a su hijo sin el paraguas que lo protegió. A la inversa, para que él sobreviva, ella debe aceptar un sacrificio que puede ser humillante sobre el final de su carrera
Máximo Kirchner y Axel Kicillof en la «clase magistral» de CFK
El 6 de diciembre pasado, Cristina Kirchner recibió una condena en la causa de Vialidad. Minutos después, realizó un encendido discurso por streaming desde su despacho en el Senado. Allí, sorprendió al país al anunciar que no sería candidata “a nada” en la próxima elección, que su nombre no figuraría “en ninguna lista”. Muy enojada por aquella sentencia del tribunal oral, la Vicepresidenta se dirigió a Hector Magnetto, titular del grupo Clarín. “No tendré fueros. Así que puede mandar a sus esbirros a meterme presa. Pero mascota de ustedes, jamás”. En cuanto a las razones por las que había tomado la decisión, Kirchner explicó: “No quiero que en toda la campaña digan: ‘Miren, ahí va la condenada’”.
Luego, durante un acto en Avellaneda que se realizó en los días posteriores al triunfo argentino en el Mundial, la Vicepresidenta volvió a referirse a las razones por las que no se postularía. Ese día dijo que no se trataba de un renunciamiento sino de una proscripción. Ante el debate que siguió a esa afirmación -porque es evidente que técnicamente no está proscripta- algunos de sus seguidores argumentaron que, en el caso de que presentara la candidatura, inmediatamente se acelerarían los plazos judiciales para impedir su postulación. En cualquier caso, la consecuencia volvía a ser la misma: no sería candidata.
El jueves pasado no se refirió expresamente al tema. Pero, ante los cantitos que le reclamaban que asumiera la candidatura presidencial, Cristina Kirchner volvió a dar señales de que no lo haría. “Yo ya viví. Ya di todo lo que podía dar. Yo ya viví”, dijo. En otro momento del acto, precisó: “No, presidenta no”. En todo este tiempo, la Vicepresidenta solo habló tres veces. Y de las tres veces que habló se deduce lo mismo. Porque no quiere que en campaña la traten de “condenada”, porque ya dio todo lo que tenía para dar, o porque está proscripta –o por alguna combinación de las tres cosas—Cristina ha dejado entender siempre una sola y la misma cosa: que no será candidata.
¿Cuántos ‘noes’ tiene que decir una persona para que entiendan que no es no?
Sin embargo, apenas Cristina dice que no, aparecen algunos dirigentes que la desmienten. El primero en hacerlo es siempre Andrés Larroque, uno de los líderes históricos de La Cámpora. “No se bajó ni se subió”, interpretó Larroque el viernes. “Trabajo cada día de mi vida para que Cristina sea candidata”, había dicho antes. Como se sabe, Larroque es uno de los colaboradores más cercanos de Máximo Kirchner, quien se ha encargado de sostener la expectativa de esa candidatura. En los días previos al mitin del Teatro Argentino, el hijo de la vicepresidenta había dicho que “la lapicera siempre la han tenido los militantes” y explicó que, cuando la usan, escriben un nombre que la Justicia tiene proscripto. Entonces, los dirigentes de La Cámpora incentivaron a sus militantes a escribir “Cristina 2023″ en letra cursiva y en hojas con renglones, y a subir la imagen a las redes. La Vicepresidenta fue recibida en el Teatro Argentino con una militancia camporista que le pedía, reclamaba, imploraba que fuera candidata.
“No, presidenta no”.
“Ya di todo lo que tenía para dar”.
“Yo ya viví”.
Cristina Kirchner en La Plata
En el mundillo de la dirigencia peronista hay varias interpretaciones sobre la actitud de Máximo. Una de ellas, la más benévola, la atribuye a un mero gesto de amor, a la necesidad de demostrarle que aun cuando ella no quiera ser candidata, él y su gente la sigue queriendo, admirando, respaldando.
Como se sabe, la política no se nutre solo del amor. Entonces, una segunda interpretación atribuye todo ese movimiento a una cuestión de supervivencia del espacio cristinista, concertado incluso con la vice: mientras esté viva la expectativa de una candidatura suya, más posibilidades tiene de incidir en las negociaciones previas al armado de listas.
Los más suspicaces sostienen, por otra parte, algo que es muy difícil de discutir. En todos estos años, Máximo Kirchner recibió un apoyo fenomenal de su madre. Sin el respaldo de ella, no hubiera llegado a todos los cargos donde llegó: presidente del bloque de diputados nacionales, presidente del PJ bonaerense, líder vitalicio de La Cámpora. Su organización contó con un aporte de estructura y financiamiento originada en la misma fuente. Sin embargo, pese al paso de tanto tiempo, a Máximo Kirchner le ha costado construir una fuente de poder propio: sigue dependiendo de ella.
La candidatura de Cristina triunfaría holgadamente en una interna del PJ y tiene muchas chances de asegurar el ingreso del Frente de Todos en una segunda vuelta. La de Máximo, no. O, al menos, pareciera que no. Entonces, para mantener su caudal de influencia política, él necesita que ella sea candidata. El problema no solo es que ella se ha negado sostenidamente sino que, además, las mismas encuestas que le otorgan una gran ventaja en la interna peronista concluyen que sería derrotada por un amplio margen en cualquier escenario de segunda vuelta.
En otras palabras, Cristina se enfrenta a un dilema personal muy delicado y la relación entre madre e hijo se ve sometida a una tensión de intereses. Defender su deseo, implicaría para ella dejar a su hijo sin el paraguas que lo protegió durante tantos años: no es sencillo para ningún padre hacer eso. A la inversa, para que él sobreviva, ella debe aceptar un sacrificio que puede ser humillante sobre el final de su carrera: será la candidata más cercana a un Gobierno que bate récords de índices de rechazo, y que deberá convivir aún con varios meses de inflación creciente y caída fuerte del producto. La solución a ese dilema hubiera sido que Máximo construyera en todos estos años una relación fuerte con la sociedad. Evidentemente, hubo allí una limitación que ahora se torna angustiosa.
La Cámpora (Nicolas Stulberg)
La familia Kirchner tal vez ha sido la más influyente de la historia argentina. El predominio que ciertos clanes familiares han ejercido en algunas provincias, con los Kirchner tomó dimensiones nacionales. Sería aventurado especular sobre qué ocurre realmente entre las cuatro paredes entre las que definen sus diferencias. Pero ellos mismos, con el tiempo, han admitido que esas diferencias, cada tanto, aparecen. Cristina Kirchner, por ejemplo, ha revelado varias veces que no estuvo de acuerdo con la decisión de su marido de firmar el decreto que permitía la unificación del cable que pedía el grupo Clarín. Máximo Kirchner contó hace un tiempo que disintió con la decisión de su madre de ofrecerle la candidatura presidencial a Alberto Fernández.
Esa dinámica familiar tan influyente se expone a veces de una manera muy natural, casi ingenua, a punto tal que tal vez ni ellos lo perciban. El jueves pasado, por ejemplo, el ex ministro Nicolás Trotta anunció la creación de una Escuela Justicialista que se llamará Néstor Kirchner. Inmediatamente, agradeció a la vicepresidenta Cristina Kirchner y al presidente del Partido Justicialista bonaerense, Máximo Kirchner. Trotta solo mencionó a una persona que no lleva ese apellido: a Axel Kicillof. Es muy interesante lo que ocurre con Kicillof en medio de tanta incertidumbre.
Axel Kicillof y Cristina Kirchner
Se trata de la única persona a la que Cristina elige y protege una y otra vez, más aún tal vez que a Máximo. Lo eligió para el Ministerio de Economía y luego para la gobernación clave del país. A diferencia de Máximo, Kicillof es un candidato que podría ganar nada menos que la provincia de Buenos Aires. Hace algunas semanas, el propio Máximo reveló la tensión entre ambos al corregirle airadamente un detalle menor de su discurso frente a toda la prensa del país. Distintos voceros de La Cámpora han difundido que, en el caso de que Cristina no sea candidata presidencial, Kicillof debería asumir ese desafío. Para Máximo eso sería una solución para dos problemas. Por un lado, su sector tendría un candidato potente en la interna y con eso conservaría influencia. Pero, además, en estas condiciones, seguramente Kicillof perdería la elección nacional, con lo cual Máximo se sacaría un rival de encima. Por eso mismo, entre otras razones, el gobernador resiste el convite. Si conserva la gobernación, en un escenario de derrota nacional del peronismo, estará en línea de largada para la siguiente presidencial.
Los sucesivos rechazos de Cristina Kirchner a la postulación presidencial son, por otra parte, una marca de época muy relevante. Hace pocos días, el actual presidente Alberto Fernández anunció que no se presentaría a la reelección: es el primer presidente electo que declina esa posibilidad desde que fue introducida en la constitución de 1994. Antes que él, Mauricio Macri hizo lo mismo. Y, desde hace seis meses, Cristina insiste tenazmente en una negativa similar. Alberto Fernández comparte con sus dos antecesores un problema serio para cualquier candidato: sus índices de rechazo son altísimos. Que los últimos tres presidentes tengan tan mala relación con la sociedad revela algo muy grave sobre la democracia argentina. Esos rechazos son la contracara del vertiginoso ascenso de Javier Milei en las encuestas.
Pero, pese a todo, la gente de Máximo no afloja.
Presidenta.
Cristina presidenta.
Yo ya di todo. Yo ya viví.